En la madrugada del 19 de agosto de 1936, se apagó la vida del mejor poeta y dramaturgo español del pasado siglo, víctima de la feroz represalia militar sublevada contra el gobierno del Frente Popular de la Segunda República española.
Un asesinato, que entre cientos de miles de entonces, resalta por los diversos factores convergentes en la personalidad de Federico: Sensibilidad, empatía arrolladora, genio para la poesía, la dramaturgia, la música, el dibujo. Clase social alta y vinculación anticapitalista, casi un contrasentido en la sociedad en que vivió, por no hablar de su Granada profunda, la de Doña Rosita la soltera, Bodas de sangre, Yerma, Bernarda Alba y Así que pasen cinco años. Si a este cóctel se añade su homosexualidad, proscrita socialmente entonces, la mezcla resulta explosiva. En todo ello subyace la semilla de la causa última de su muerte.
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